Un cuadro, muchas variables: equilibrios, shocks y conflictos
En este post quiero plantear la siguiente lógica: dividir los temas en contrastes y frazadas cortas, en la Argentina.
A saber, contrastes serían las cosas que se hacen distintas a lo que marca la ortodoxia neoliberal, para que se entienda: que se hacen distintas a lo que hace Europa actualmente y a lo que hizo la Argentina durante los fatídicos 90s. Frazadas cortas son aquellas situaciones en las que promover el corrimiento de una variable para corregir una situación dada, puede generar otra situación disfuncional en la otra punta.
Finalmente, en simultáneo con la idea de frazada corta se sugerirán los ganadores y perdedores, según el movimiento de las variables.
Como suelo hacer en mis posts el objetivo es presentar una idea y dejar un poco la información como para que cada quien avance en sus propias conclusiones.
Emisión monetaria: en los 90s no existía política monetaria, el mismo problema que tienen los países de Europa, con problemas en la actualidad, como España o Grecia, entre otros (los PIGS más o menos). Asimismo, una economía que crece requiere más dinero, y el Banco Central debe proporcionárselo. Es cierto (polémico hache) que la emisión por encima de las necesidades de la economía genera algo de inflación porque influye en la velocidad a la que se mueven las transacciones, promoviendo el consumo actual y generando un cuello de oferta, donde entran a jugar los comportamientos empresarios (que son los infla-makers). Ojalá Grecia tuviera inflación. Pero no es menos cierto que el consumo genera más oferta, más producción y más trabajo; porque con las políticas adecuadas el consumo resulta en producción interna. Y como suelo decir aquí, el consumo de los sectores que antes consumían menos es sinónimo de mejoras en su bienestar.
La emisión en sí no debería favorecer a nadie. Sin embargo, promover la velocidad de las transacciones de la economía genera en el mediano plazo trabajo y demanda agregada. Esto último favorece a los sectores populares, que precisan consumir para mejorar su bienestar (no es el caso de los sectores pudientes, cuyo consumo no les mejora el bienestar en la misma proporción). La emisión, así vista favorece al mercado interno y a los sectores que producen para el mismo (y perjudica a los exportadores netos). Por otra parte, financiar déficit público con emisión podría generar una inflación que no necesariamente termine en demanda agregada. Esto es un problema. Pero sabemos que en épocas de recisión un problema aún mayor es reducir la inversión pública y social y enfriar la economía por este medio (aquí es cuando un extraterrestre o alguien mal intencionado podría sugerir el financiamiento externo). Lo importante aquí es mantener el control sobre estas variables.
La emisión en sí no debería favorecer a nadie. Sin embargo, promover la velocidad de las transacciones de la economía genera en el mediano plazo trabajo y demanda agregada. Esto último favorece a los sectores populares, que precisan consumir para mejorar su bienestar (no es el caso de los sectores pudientes, cuyo consumo no les mejora el bienestar en la misma proporción). La emisión, así vista favorece al mercado interno y a los sectores que producen para el mismo (y perjudica a los exportadores netos). Por otra parte, financiar déficit público con emisión podría generar una inflación que no necesariamente termine en demanda agregada. Esto es un problema. Pero sabemos que en épocas de recisión un problema aún mayor es reducir la inversión pública y social y enfriar la economía por este medio (aquí es cuando un extraterrestre o alguien mal intencionado podría sugerir el financiamiento externo). Lo importante aquí es mantener el control sobre estas variables.
Acumulación de reservas: no es lo mismo acumular reservas gracias al saldo comercial con el exterior, que hacerlo en base al endeudamiento público, ya que esto último es reservas para hoy (ni siquiera es pan) y hambre para mañana, como se vio en los 90s. La acumulación de reservas favorece la independencia económica del Estado y los márgenes para realizar política cambiaria. De esta forma se favorece el control que el Estado puede hacer sobre el “precio macroeconómico fundamental” -como algunos llaman al tipo de cambio-. Sin embargo, una alta cantidad positiva de flujo de dólares provenientes del superávit del balance de pagos, puede apreciar la moneda doméstica afectando la competitividad de la economía (agradézcanme, no me voy a meter con la enfermedad holandesa, está en wikipedia).
En este sentido, el precio del dólar pasa a ser importante. Un tipo de cambio alto, muchos pesos por cada dólar, tiene la función de mejorar la competitividad de la economía, ya que los productos argentinos -en este caso- pasan a ser baratos para el resto del mundo. Esto favorece especialmente a los exportadores de materias primas. Y con las políticas adecuadas (retenciones, administración del comercio exterior, promoción de la industria y la inversión industrial, el crédito productivo) favorece a los sectores industriales que pagan mejores sueldos y generan más trabajo. Y si las políticas son correctas, a las empresas chicas o medianas. Todo lo cual a su vez, y nuevamente con las políticas adecuadas, favorece la organización del trabajo, lo cual es fundamental para que los ingresos de esa competitividad (mayores ventas) sean repartidos con los trabajadores, en este sentido son los sindicatos los que también (después de los empresarios) ganan.
Ahora bien, llegado un punto puede perderse esa competitividad, los sectores que más empleo toman precisan, para sostener ese "clima de negocios", shocks devaluatorios para mejorar su competitividad gracias a la licuación de salarios vis-á-vis los precios internacionales. Pero un shock con esas características genera inflación (en la medida que los productos se puedan colocar en el exterior), y genera un recorte del poder adquisitivo de los sectores cuyos ingresos no acompañan la inflación, como lo son los más vulnerables; por otro lado si no genera inflación, porque no existe tal demanda externa, la devaluación sólo sirve para el negocio financiero de los sectores con mayor liquidez disponible. Si no hay garantías de que la competitividad sea tal en función de mayores exportaciones y mayor empleo, la devaluación se torna sólo una bomba de tiempo. Llegado un punto, es central enfocarse en la tecnología y la escala para generar competitividad antes que a el nivel salarial.
La política fiscal nos deja algunas cositas centrales. El mensaje de presupuesto para 2012, del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas estima que para el vigente año la recaudación del Estado nacional se compondría de la siguiente manera (siempre en proporción del PBI): IVA Neto de Reintegros 8,88%, Contribuciones a la Seguridad Social 7,99%, Ganancias 6,30%, Comercio Exterior 4,27%, Créditos y Débitos Bancarios y Otras Operatorias 2,11%, Combustibles Líquidos y Gas Natural 0,98%, Impuestos Internos 0,62%, Bienes Personales 0,34%, entre otros. El conjunto señala una recaudación tributaria total que alcanza el 32% del PBI.
En el mismo sentido, en el mensaje de 2001, se señalaba lo siguiente sobre la proporción de la recaudación por concepto que realizaba el Estado nacional: Ganancias 3,64%, IVA Neto de Reembolsos 6,60 %, Internos Coparticipados 0,61%, Ganancia Mínima Presunta 0,20%, Comercio Exterior 0,73%, Combustibles 1,24%, Contribuciones 3,52%, entre otros. El conjunto de la recaudación explicaba el 17,98% del PBI.
¿Por qué hacemos esta comparación? Porque queremos mostrar las diferencias que existen entre un Estado que practica una distribución secundaria del ingreso y uno que no. Claramente el primero precisa más recaudación para inversiones y gasto (¡inversión!) social como educación, salud, etcétera. Casi se duplicó la proporción del PBI que recauda el Estado. Los gastos pasaron del 21% al 26% entre esos años. Con un PBI que creció en términos reales y con otro perfil del gasto que atiende más la provisión de servicios y menos el pago de deuda pública. Todo esto genera un impacto real en las variables sociales por cuanto existe un Estado orientado a cubrir las necesidades de los sectores vulnerables, dejando decididamente atrás el Estado gendarme que cuidaba principalmente los negocios del sector privado. Se trata de un cambio en la concepción de lo público que vale la pena defender.
La política fiscal nos deja algunas cositas centrales. El mensaje de presupuesto para 2012, del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas estima que para el vigente año la recaudación del Estado nacional se compondría de la siguiente manera (siempre en proporción del PBI): IVA Neto de Reintegros 8,88%, Contribuciones a la Seguridad Social 7,99%, Ganancias 6,30%, Comercio Exterior 4,27%, Créditos y Débitos Bancarios y Otras Operatorias 2,11%, Combustibles Líquidos y Gas Natural 0,98%, Impuestos Internos 0,62%, Bienes Personales 0,34%, entre otros. El conjunto señala una recaudación tributaria total que alcanza el 32% del PBI.
En el mismo sentido, en el mensaje de 2001, se señalaba lo siguiente sobre la proporción de la recaudación por concepto que realizaba el Estado nacional: Ganancias 3,64%, IVA Neto de Reembolsos 6,60 %, Internos Coparticipados 0,61%, Ganancia Mínima Presunta 0,20%, Comercio Exterior 0,73%, Combustibles 1,24%, Contribuciones 3,52%, entre otros. El conjunto de la recaudación explicaba el 17,98% del PBI.
¿Por qué hacemos esta comparación? Porque queremos mostrar las diferencias que existen entre un Estado que practica una distribución secundaria del ingreso y uno que no. Claramente el primero precisa más recaudación para inversiones y gasto (¡inversión!) social como educación, salud, etcétera. Casi se duplicó la proporción del PBI que recauda el Estado. Los gastos pasaron del 21% al 26% entre esos años. Con un PBI que creció en términos reales y con otro perfil del gasto que atiende más la provisión de servicios y menos el pago de deuda pública. Todo esto genera un impacto real en las variables sociales por cuanto existe un Estado orientado a cubrir las necesidades de los sectores vulnerables, dejando decididamente atrás el Estado gendarme que cuidaba principalmente los negocios del sector privado. Se trata de un cambio en la concepción de lo público que vale la pena defender.
¿Y qué pasa con el sector financiero en todo este lío? Bueno, a la luz de los acontecimientos pareciera que gana siempre, incluso “cuando pierde”. Se haga lo que se haga y pase lo que pase. Salvo que el Estado se meta de lleno en el comportamiento de estos actores. No me animo a decir tanto como estatizar el sistema financiero, no. Por ejemplo usar encajes para hacer lo que no hacen los bancos (créditos productivos), habría que ver.
Pero si el Estado logra meterse con fuerza, con un BCRA en sintonía con el desarrollo y la equidad, estas entidades pierden no sólo por la afectación de la renta financiera (o los spreads financieros), sino también por la pérdida de libertad para especular egoístamente cuando les parezca oportuno. La afectación de los intereses especulativos, de manera tal que no puedan operar, favorece al Estado y a los sectores que no pueden especular, como ocurre con la mayoría de la población argentina.
Pero si el Estado logra meterse con fuerza, con un BCRA en sintonía con el desarrollo y la equidad, estas entidades pierden no sólo por la afectación de la renta financiera (o los spreads financieros), sino también por la pérdida de libertad para especular egoístamente cuando les parezca oportuno. La afectación de los intereses especulativos, de manera tal que no puedan operar, favorece al Estado y a los sectores que no pueden especular, como ocurre con la mayoría de la población argentina.
Se presentan un cuadro conteniendo bocha de variables con variaciones anuales, para seguir pensando de acuerdo con este post pero con más variables, y un gráfico decorativo dibujando algunas de esas series. (Click en ellos para agrandar.)
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Nunca menos y abrazos