Charlas sobre el relato del relato, con Sarlo
Beatriz Sarlo escribió de vuelta en LN.
Empiezo por mis comentarios y después la nota completa de la escritora. Recomiendo leerla completa.
Primero que nada vale destacar que Sarlo es la única opositora que se bancó ir a #678 ("Conmigo no, Barone). Eso es loable. Segundo, que volvió la Sarlo -en la nota que estoy comentando- con la que vale la pena debatir. Es cierto que se había ausentado esta Sarlo.
Respecto de los argumentos algunos son interesantes. Vale la pena repasarlos.
Lo que más me gustó es que Sarlo le otorga sinceridad a las palabras de Cristina Kirchner -"convencida de que todos sus actos son para beneficiar a esa pobre gente"-. Eso me llamó la atención. Y obvio que lo comparto. Además me resultó agradable leer que "Chávez tiene estilo". Vaya que lo tiene.
Lo que no comparto es que no otorga sinceridad a su audiencia -"¿Qué temen si no se ríen con obsecuencia?"-. Para mí su audiencia le cree, la respeta y la legitima como conductora. Y se da el lujo de reírse con ella. Lo que menos me gustó es el lugar de infradotados en el que pone a la gente que la sigue -"pobre gente"-. Insulta la inteligencia de quienes creemos que esta líder es la primera en alrededor de 50 años (según hasta/desde dónde contemos), capaz de transformar, desde la política y el poder político, el país en función de la inclusión y el bienestar social. Es un insulto fuerte, tanto que podría ser discriminatorio (si sigues a esta presidenta sos una "pobre gente").
Es curioso, creo que le llama la atención que la gente se siente parte de la idea que transmite la presidenta. Claro, pobre gente (!), capaz ella la compara con Macri: un tipo sin estilo, sin triunfo, sin mística y sin brillo. Un empresario que la única vez que afectó intereses económicos de un poderoso fueron los de su padre y lo resolvió devolviéndole la plata que le había quitado.
Tal es así, que yo creo que dar tantas luchas contra Macri es una pérdida de tiempo para el gobierno y de humor de los porteños. Claro que yo soy porteño y quiero andar en subte, quizá alguien desde una provincia con mucho criterio podría decirme que me la banque, que esto es democracia y esto votó ("votamos") la gente de mi ciudad. Las palabras sin volumen, sin fuerza, sin fortaleza frente a la coyuntura que exhibe el gobierno de Macri, contrastan una y otra vez con la seguridad y la capacidad de Cristina Kirchner.
Una vez le hice el amor
a una drácula con tacones:
era un "pop" violento que guió
el gran estilo siniestro.
Ahora ya no llora...
¡Preso en mi ciudad! (¡¡¡ja-ja-ja!!!).
Casi ya no llora,
¡atrapado en libertad!
No están en contra de las cadenas nacionales por el tiempo que ocupa (eso también, porque pierden guita) sino que están en contra de que una persona llegue con sus argumentos sin filtro a toda la Argentina. En este capítulo entra la Ley de Medios. Ellos son el filtro, y no les gusta no serlo.
En los discursos de la presidenta no observo verticalismo, ni mucho menos autocentramiento (?). Me parece que nunca una figura presidencial logró estar tan conectada con la sociedad que conduce. Con una sintonía ideal, como por ejemplo cuando se refirió a la tendinitis de los trabajadores del subte. Permitiéndose hacer chistes y hablar con esa sociedad en paz y alegría, porque sabe que todos sus esfuerzos son para darle lo mejor a la gente. Quizá como ningún presidente en la historia de la Argentina. Sinceridad que reconoce la misma Sarlo.
Una vez le hice el amor
a una drácula con tacones:
era un "pop" violento que guió
el gran estilo siniestro.
Ahora ya no llora...
¡Preso en mi ciudad! (¡¡¡ja-ja-ja!!!).
Casi ya no llora,
¡atrapado en libertad!
No están en contra de las cadenas nacionales por el tiempo que ocupa (eso también, porque pierden guita) sino que están en contra de que una persona llegue con sus argumentos sin filtro a toda la Argentina. En este capítulo entra la Ley de Medios. Ellos son el filtro, y no les gusta no serlo.
En los discursos de la presidenta no observo verticalismo, ni mucho menos autocentramiento (?). Me parece que nunca una figura presidencial logró estar tan conectada con la sociedad que conduce. Con una sintonía ideal, como por ejemplo cuando se refirió a la tendinitis de los trabajadores del subte. Permitiéndose hacer chistes y hablar con esa sociedad en paz y alegría, porque sabe que todos sus esfuerzos son para darle lo mejor a la gente. Quizá como ningún presidente en la historia de la Argentina. Sinceridad que reconoce la misma Sarlo.
Después de nueve años y medio -y a un mes de pasar el tiempo que logró mantenerse en el poder democrático Perón (1946-1955)-, la construcción del relato necesariamente tiene correlato con la realidad. No se puede convencer a nadie si no hay alguna base empírica, como el crecimiento al 7,5% anual acumulado entre 2003 y 2011, como el aumento de jubilaciones y de los jubilados, como el aumento del empleo, como el poder adquisitivo del salario, como las paritarias, como el desendeudamiento, como la capacidad para hacer política fiscal, cambiaría, monetaria y comercial, como las ampliaciones de derechos civiles y políticos, etcétera.
Falla Sarlo cuando habla de stand-up, es una chicana innecesaria. Personalmente no sé qué cuál es el canal Unasur, pero si se trata de TeleSur sería un acierto que lo sintonice de vez en cuando. ¡Aló presidente!
Leemos (le agregué negritas, con perdón de la autora, claro):
Falla Sarlo cuando habla de stand-up, es una chicana innecesaria. Personalmente no sé qué cuál es el canal Unasur, pero si se trata de TeleSur sería un acierto que lo sintonice de vez en cuando. ¡Aló presidente!
Leemos (le agregué negritas, con perdón de la autora, claro):
El stand-up de la Presidenta
La Presidenta ha cambiado notablemente su oratoria. Todos los observadores coinciden en que está "más suelta". Yo diría que muchas veces se muestra sencillamente pintoresca.
Antes de esta transformación, desde la muerte de Néstor Kirchner en sus discursos incrustaba bloques de alto dramatismo, cuando mentaba, con la voz estrangulada por la emoción, su soledad y su voluntad de sobreponerse. La intensidad, aunque no ha desaparecido, hoy dura menos. En su lugar, están las ocurrencias de una espontaneidad libre de ataduras, que trae anécdotas, gustos, recuerdos, diálogos con la platea, bromas, sonrisas, miradas de costado, revoloteo de manos y pasos de baile tan expresivos que no sería justo citar sólo por escrito, sin los gestos. No voy a citar, me voy a privar de esa prueba que puede verse en www.presidencia.gov.ar/discursos .
El stand-up comedy presidencial, es decir el momento en que Cristina Kirchner improvisa en primerísima persona, tiene un público que parece disfrutar de esa fórmula escénica. Hace dos días, detuve el cuadro de video sobre una panorámica que mostraba a ese público en un salón de la Casa de Gobierno. Lo vi a Filmus riéndose ante un intercambio de datos sobre el origen étnico del comandante Chávez; quien los proporcionaba a la Presidenta era el secretario de Comercio, que se tocó la cabeza e hizo el gesto de enrularse el pelo. Rápida, la Presidenta captó que los gestos de Moreno sugerían que Chávez tenía mota. Y fue ésa la palabra que empleó. Me imaginé a un Filmus políticamente correcto, en alguna otra vida pasada, predicando ante unos niños que con esas cosas no debía bromearse. Hasta que festejó ese momento del stand-up presidencial, Filmus era un señor correcto, serio, con cara de aburrido, convencional. ¿Qué le pasa a esta gente? ¿Qué creen que se les pide? ¿Qué temen si no se ríen con obsecuencia?
Lo que le pase a Filmus, en realidad, tiene poca importancia. Dejará de reír y seguramente se sentirá más cómodo con un cambio en el estilo presidencial. Las salidas de tono de la Presidenta, cuando incursiona en el stand-up, son la incógnita para analizar. En el pasado, el registro más usual de Cristina Kirchner (mientras fue diputada y senadora) era tecnocrático. Hablaba de corrido una jerga de informe socioeconómico. Era evidente que se aplicaba a preparar esas intervenciones que luego hacía "de memoria". Después de presidentes que improvisaban mal y no aprendían de memoria, como Menem, ganaba de punta a punta. Kirchner era un orador directo, pasional y desgalichado; por el contrario, su esposa parecía la universitaria del tándem. Le faltaba algo para ser una oradora tan buena como se creía: no tenía temperatura escénica (a lo Lula) ni parecía una académica destacada (a lo Fernando Henrique Cardoso o Ricardo Lagos).
Se dirá que estas cuestiones carecen de importancia política. Creo, en cambio, que son importantes, porque no muestran simplemente modos de hablar, sino la relación que alguien mantiene con su propia imagen pública. Cada uno habla del modo en que se siente autorizado a hablar por sus antecedentes o su poder. Cristina, en esta nueva forma de su oratoria, habla como alguien que piensa que sus más triviales ocurrencias pesan y, por lo tanto, deben ser comunicadas a la ciudadanía. Mientras su oratoria fue tecnocrática y populista (una buena mezcla), era unánime la opinión de que se adecuaba a las necesidades de su lugar político. Se toleraban sus sarcasmos, porque se los consideraba una manifestación de su inteligencia. Después, cuando atravesó el capítulo dramático de poner en escena el dolor y el duelo, recibió la paciente solidaridad de sus oyentes. Ahora, en este giro hacia el stand-up, corre un riesgo que antes no corría: ¿es graciosa cuando canta un jingle o revolea los ojos? Si la parodia falla, el stand-up se desmorona.
Hay una sombra de omnipotencia en este nuevo estilo oratorio de la Presidenta. Los buenos oradores políticos conocen perfectamente cuál es su género y, sobre todo, saben que no todos los géneros les quedan bien. La Presidenta parece haber perdido esta capacidad de distinguir.
A esto podría responderse con dos objeciones. La primera es que sus discursos son exitosos. Tal afirmación es incomprobable, salvo que las plateas cautivas de la Presidenta sean tomadas como adecuada muestra sociológica (como si las risas grabadas de la televisión sirvieran para probar el alto rating de un programa). La segunda objeción es que todo mi argumento carece de importancia y que lo que importa en los políticos es lo que hacen, no lo que dicen.
Es un error separar la acción política del discurso que la acompaña. El estilo de la explicación indica mucho sobre la idea que un político tiene acerca de sí mismo. El profundo autocentramiento de la Presidenta es tan visible en sus discursos como en el verticalismo que es el sello de su gobierno. La forma de sus teleconferencias enfatiza su concentrado personalismo para dirigirse a gobernadores, intendentes o (peor aún) gente de lugares alejados donde se inaugura o reinaugura una obra. Parece una señora que habla con subordinados, a los que trata con una confianza condescendiente que ellos jamás podrían devolver: bromas, preguntas, comentarios van en dirección única, de arriba para abajo. Es paternalista un discurso que coloca a su interlocutor en un lugar desde donde no puede responder sino celebrando a quien le habla. En la primera mitad del siglo XX, se llamó a este estilo populismo oligárquico, de patrón de estancia. Hoy es populismo de burguesa próspera, convencida de que todos sus actos son para beneficiar a esa pobre gente que la escucha.
Sintonizo con frecuencia el canal Unasur. Allí puede escucharse a Chávez, un colorido orador antiimperialista, seguro dentro de esa cultura, y con sensibilidad verbal para diferentes registros: de la maldición a la amenaza, de la promesa a la confianza. Independientemente del juicio que se tenga sobre su política, Chávez tiene estilo. Los discursos de la Presidenta no pertenecen a esa tradición, como si no los hubiera practicado antes. Esto es particularmente evidente cuando se mete en la historia del siglo XIX y primera mitad del XX, con la insegura brevedad de alguien que no avanza por campo conocido.
Todo esto conforma una personalidad política (no hablo de inabordable psicología, sino de rasgos ideológicos). Todos los grandes dirigentes han sido juzgados no sólo por sus obras, sino también por sus discursos, desde Sarmiento hasta Perón. Los discursos son una de las materias en que se expresa y se define un estilo de gobierno y una concepción del poder. El centralismo verticalista produce una atmósfera de encierro, en la que Cristina Kirchner se mueve como si fuera el medio más favorable a su espontaneidad. Si un dirigente cree que está autorizado a decir cualquier cosa en cualquier momento, incluso malos chistes, ha perdido una conciencia de los límites dentro de los que se ejerce siempre, en todas partes, un poder que sea legítimo no sólo por los fines perseguidos, sobre los que puede disentirse, no sólo por los medios utilizados, que pueden discutirse, sino por las formas de comunicarlos.
Cristina Kirchner dijo que, en caso de usar un poco menos la cadena nacional, los opositores malévolos ya estarían preguntándose dónde está la Presidenta. Probablemente tenga razón. Ella es responsable de haber elegido esa incesante estrategia mediática. Si la deja de lado, es obvio que deberá reemplazarla por otra para evitar la pregunta que supone inminente, ya que la oposición en todas sus variantes le parece un ejército cuyo único impulso son las malas intenciones.
Comentarios
Personalmente no comparto con mi amigo, me parece que "los intelectuales" son ciudadanos como cualquier otro, con la diferencia no menor de que tienen un entrenamiento especial en el uso del lenguaje y la capacidad de análisis. En contrario, se verifica que la capacidad de análisis se ve opacada o anulada por tres elementos, que resultan comunes a cualquier ciudadano: el prejuicio, la postura ideológica (que en función de un análisis puede ser simplemente un caso especial de prejuicio pero también un aparato interpretativo) y los contratos de locación de servicios (léase quien garpa para que el supuesto intelectual analice y escriba).
Sarlo hace tiempo que trabaja bajo encomienda y sigue una línea, poco parecida a la que tenía previamente. Está bien, es libre. Pero entonces no mentemos más "intelectual" sino "comendera"
Sarlo escribe "bien", o sea, escribe con elementos que la mayoría considera de buena escritura, cierto estilo, digamos. A su vez manifiesta una cantidad de elementos de importantes para exponer aristas y detectar núcleos significativos.
Es por eso que resulta tan sorprendente cuando en medio de otras apreciaciones que, se coincida o no resultan interesantes, dice pavadas de un orden de magnitud astronómico:
toda la tradición semiótica vendría en su contra en esos casos y ella, especialista, parece no verlo. Lo ve, pero sirve a la encomienda.
Es que, en fin, cualquier persona en una posición de poder nunca podría dirigirse a sus "subordinados" en plano de igualdad, ni con chistes ni con un discurso tecnocrático. La diferencia de autoridad no hace, sin embargo, que la relación no se establezca. Con el mismo criterio de Sarlo ningún docente podría jamás dirigirse honestamente a sus alumnos o hacer una homorada...
¿Quién le dijo a Sarlo que quienes reímos del humor de Cristina estamos obligados a hacerlo o con temor? ¿Se deduce de nuestras caras sonrientes? ¿Se interpreta de nuestro lenguaje corporal? Difícil que nos vea sentados en nuestras casas frente al TV... ¿Entonces? Entonces que esa interpretación forzada no es tal interpretación, es una proyección. Como se cansaron de forzar la línea intencionalista (aquella de "hacen tal cosa pero en realidad su intención es tal otra") y también la psicologista (aquella de Cristina está desequilibrada) pretenden ahora ir por la psicologista popular, o sea, interpretar el nivel deontológico de la psiquis popular, lo que debe ser que nos pasa por la cabeza.
Forzar así el discurso a la manera de Sarlo, era algo que se enseñaba antaño, para aprender a hacerlo bien, sin que se note. Cuando se nota, es que no se maneja el arte necesario. Y es que tal vez Sarlo debiera ser conciente de la especificidad de sus prácticas y saberes, ya que no es que se puede poner a analizar física cuántica. O política. Pero en realidad de política habla, y debe hablar, cualquier ciudadano. Pero no como intelectual.
A esto ha caído el periodismo argento y sus "intelectuales" del poder.
Ladislao Fokas
PD: la obra "clásica" de Sarlo tampoco me gustó.
Con razón o no, ella esta indicando la condescendencia de burguesa afortunada con sensibilidad que trasluce el discurso de Cristina.