Inflación argentina. La economía como un problema de coordinación - febrero 2018


Todavía no se terminaron las vacaciones y es buen momento para insistir en una idea antes que la vorágine del año nos impida una mayor reflexión. Y eso que este añito para la Argentina está muy movido: siguen los aumentos de tarifas multiplicándose, perjudicando el consumo masivo de los sectores más vulnerables, subió la volatilidad del dólar, que, sin embargo, sigue atrasado, las tasas del BCRA no bajaron en un ambiente mundial que muestra las alzas de las tasas de la FED y del bono a 10 años de EEUU con impacto en el precio de la deuda, mientras el país tiene récords en déficit comercial, en déficit financiera, en fuga de divisas del sistema (formación de activos externos), con altísima exposición al ingreso de capitales golondrinas.

En este contexto el gobierno no logra que la actividad repunte de manera sustentable, ni logra bajar la inflación, ni generar empleo genuino por afuera de los efectos de la obra pública, ni consigue que haya cada vez más inversiones extranjeras.

El panorama es díficil. La desregulación es un grave problema para la Argentina por tanto no ayuda a que haya alguna armonía productiva. En efecto, mientras el gobierno se lanzó a una cruzada para que el salario no aumente por arriba de la pauta de inflación, no está haciendo nada para regular, controlar, y moderar los inmensos márgenes de rentabilidad de los sectores concentrados, que muchas veces son más determinantes en el costo argentino que los salarios. En este orden de cosas, ocurren dos cosas más: las multinaciones no tienen interés en reducir el costo argentino, porque su objetivo es dolarizar ganancias al menor precio del dólar posible para poder remitirlas al exterior, aprovechando una deuda que aprecia el peso, encarece la producción argentina (y perjudica la sustentabilidad de largo plazo). El otro punto es más anécdotico: si lograran establecer las paritarias en 15% después cuando la inflación sea muy superior a 15% van a tener (otra vez) un problema con la coherencia intelectual: no van a saber a quién culpar, o deberán inventar algún argumento más.

Volvamos al título de este post. La inflación es sobre todo un problema de coordinación. Y la coordinación requiere consenso. Cuando distintos actores, con distinto poder político y social, no están de acuerdo con el patrón de acumulación, o lo están, pero se aprovechan de él, dirimen sus márgenes en función de los precios (que establecen los empresarios) o las cantidades (que consiguen comprar los trabajadores). En esta disputa se afectan factores productivos, a veces liberando recursos mientras suben los precios para atender mejores ganancias (y por ende se consume menos y hay menos empleo) y otras veces alcanzo un uso más pleno de factores, subiendo los costos y presionando los precios, sobre todo en la medida que los trabajadores no estén de acuerdo con sus beneficios. De ambas formas suben los precios, aunque el aumento de las ganancias en un extremo cortan la inercia inflacionaria porque quitan recursos para el consumo, mientras que las mejoras salariales constantes son inerciales porque pueden plantear un búsqueda de apropiación de nuevos excedentes por parte de formadores de precios.

En la medida que no haya consenso, coordinación, respecto de cuánto correspondo ganar para los trabajadores y cuáles son los márgenes de ganancias de los productores o empresarios, habrá inflación. Por eso es difícil pensar en el desarrollo productivo que afecta la demanda agregada sin que haya movimiento en los precios. Por supuesto que esto requiere que el Estado actúe, y por tanto adopte alguna posición respecto de esta disputa social, productiva y cultural.

En este tipo de cuestiones entra el nuevo salto del dólar, que favorece a los sectores exportadores (en el meomento actual, sin olvidar que la apreciación los perjudicó en parte en el momento anterior, más allá de que la apreciación haya ocurrido en sintonía con la posibilidad de inversiones financieras que favoreció a los que estaban más líquidos, como se puede ver no es fácil), y lastima al salario en dólares en el corto plazo, y al poder adquisitivo en el segundo momento, tras el pass through inevitable (y más firme cuanto menos se afecte a la demanda efectiva).

Los países que no tienen inflación, lógicamente, tienen actores con capacidad para formar precios que validan sus márgenes vigentes y no los buscan modificar a cada instante (ya sea para ganar más o corregir pérdidas), del mismo modo que en ellos viven trabajadores que validan sus salarios, sin presiones extremas por lograr mejores capacidades de adquisición de cantidades.

Esto último no parece posible en la Argentina. En todo caso, en nuestro país debería haber grandes trabajos de articulación con pactos fiscales, distributivos, productivos, salariales y regulatorios que permitan ir llevando las variables de modo tal que cada vez la capacidad productiva, profundizando sectores de mejor valor agregado y salario, sea mayor. Poner el ojo en metas de inflación en vez de ponerlo en metas productivas. Puede tener dos consecuencias igual de disvaliosas: o se ajusta a los sectores trabajadores, logrando esa coordinación pero por imposición y de esta manera el ajuste contribuye a la caída de la inflación o se fracasa y se puede llevar a una inflación descontrolada por consecuencia de una inercia fuera de control que igualmente destruirá el sistema produtivo.

Cualquier estrategia que no contenga objetivos de control, regulación y reciprocidad para mejorar la capacidad industrial llevará al fracaso. La pregunta es cómo se va a ordenar ese fracaso en el marco de la democracia, pero no parece haber una salida saludable por esa vía.

Hasta acá el post.

A continuación, un par de datos que muestran cómo afectó la volatilidad del dólar y el salario en 2017 a los valores en dólares del salario. En segundo lugar la evolución larga del salario en dólares. Como para pensar, ¿de qué sirve cualquier movimiento de variables si no se ajustan a una coordinación productiva? En tercer lugar, la inflación.







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